Onetti contra ROMA



Acabo de ver, por segunda vez, “ROMA” de Alfonso Cuarón, una película que intenta decir algo pero se queda a mitad del camino. Diría que se desdibuja, que innecesariamente crea espacios sugestivos y luego se va mudando para al final darnos una sensación de vacío. Los excesivos planos panorámicos, donde la cámara va y viene, crean una narración distante, casi desinteresada, poco comprometida, y es algo que se va repitiendo: por momentos es una imagen que no sale de la pantalla, sin forma, como si se estuviera mirando una pecera con pescaditos de plástico ¿Qué sentido tiene eso? Durante los momentos más interesantes (que son los ajenos los que obedecen a un orden histórico y social; el temblor, la manifestación) esta panorámica confunde, molesta y desapasiona. Hay elementos simbólicos que son los que sostienen las casi dos horas de película: el perro (los perros), la cagada del perro, la forma en la que estacionan el auto en el pasillo estrecho, el desfile, el avión (los aviones) son elementos que definen un tiempo, y definen la situación y la personalidad de los personajes, pero vuelvo e insisto: se queda corta, esta vez es una narración que va trastabillando. La actuación es malísima, los diálogos son de una vacuidad espantosa, y los personajes son más muñecos que el bebé que nace muerto. Es una película pretensiosa para una sociedad de pretensiosos. Que “ROMA” haya ganado tantos premios y 10 nominaciones al Oscar quiere decir una sola cosa: que el cine, como expresión y cómo lenguaje HA MUERTO y lo único que queda es un negocio insulso disfrazado de, digamos, seriedad y compromiso artístico. 

Para compensarme el día he vuelto al gran Onetti. Leyendo por enésima vez “El Astillero” me descubro a mí mismo, desde la lejanía del tiempo y las palabras, sorprendido, por esa narración potente y pasiva, ese clima desencantado y hermoso que sólo un mago como Onetti sabe sacar del sombrero. El astillero casi en ruinas, el personaje de Larsen, tratando de vivir, de buscarse un propósito, a veces a través de la falsedad, dibujado con un amor y un respeto por el lenguaje que hablan de una inteligencia y un compromiso auténtico de un creador magnífico como lo ha sido Onetti; tan disparejo con su figura, con su timidez, con su desconsolada forma de fumar el cigarrillo. La literatura de Onetti, esa literatura “Onettiana”, es un territorio donde las certezas existen, donde la realidad literaria se confunde con una realidad imperiosa, no hay nada más genuino que eso, todo lo demás es falsedad, es hipocresía, y no vale la pena vivir así.  

Comentarios

Entradas populares