sietesegundos



Me hipnotizaba la vida que transcurría a través de la ventanilla: la gente que peregrinaba por las calles; gente de compromisos y las obligaciones. Apuraban el paso, casi corriendo en diferentes direcciones, fijando la vista ansiosamente en sus pequeños relojes de muñeca. El Autobús deformaba la visión de las personas convirtiéndolas en una sola mancha sin rostro, dónde los colores de sus ropas se mezclaban en un tono uniforme. Una curiosa imagen que siempre me gustaba explicármela y debatirla (tiendo a hablar conmigo mismo, cuando estoy a solas) porque creo que en esa imagen veía alguna crítica, algún enojo, algún rechazo. Cómo era de esperarse, siempre que podía, me gustaba pintar y dibujar las ideas que se me ocurrían en los viajes que realizaba a la ciudad. Al principio empacaba en la mochila un cuadernillo de papel cansón y un estuche de acuarelas y pinceles; pero descarté la idea de inmediato al ver que el trajeteo del automóvil y sus pasajeros me impedía siquiera un buen pincelazo y terminaba con las hojas empapadas. Así que sólo me llevaba un cuaderno de apuntes y una lapicera. En cada semáforo rojo aprovechaba para escribir todas esas cosas que me interesaban, he escrito mucho sobre la gente traje y corbata, acaso, comparándolas como una estadio de prisión, aislamiento imaginario: poco convencional. 

A lado mío, la pequeña Viti había apoyado la cabeza en mi brazo y, mientras fingía que dormía, balbuceaba la cancioncita que escuchamos en el local, cerrando fuertemente los ojos repetía los versos, asegurándose de no olvidarlos jamás. "Se te ve muy bien Ezequiel" había dicho Viti en el local. Recuerdo que por un momento me quedé pendiente a sus gestos, a la curvatura de su felicidad.

Con Gretél, habíamos hablado de esto muchas veces. Resguardándonos detrás del humo del cigarrillo, en aquella habitación de suciedad y espanto donde florecía el vino en la humedad de las paredes.

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