El animal, el hombre, asustado y violento


           El animal, el hombre, asustado y violento. El Animal se esconde debajo de las sillas, nervioso se golpea las extremidades con las piernas de los demás, se cubre los ojos con las largas y finas garras que rasgan torpemente su piel. Abre el hocico para emitir sonidos cada vez más distintos, rugidos cortos, apenas deseos y molestias.

—Siempre con las mismas ideas —interrumpió—. ¿No te cansas?—. Revoleaba con indiferencia el popote de su cerveza con granadina, rasgaba con las uñas de una mano la superficie sucia y pegajosa de la mesa del bar, donde empezaban a mezclarse pequeñas partículas de un esmalte rojo en la superficie.
—¿Porqué? —Pregunté.
—He visto muchas veces ese dibujo. En varios lugares —respondió, señalando con la mirada el cuadernillo. La anatomía de un animal empezaba a tomar forma, claramente se podría diferenciar unas garras peludas, un vientre abultado, unos ojos asustados.
—Recién empiezo… pero es verdad —concedí. —Lo he pensado antes... no me importa, pero decir que siempre… —puse firmeza a mis palabras —Me parece exagerado.
Siguió bebiendo, había dejado a un lado el popote, sorbía a tragos espaciados el líquido rosa y espumoso, esta vez con un poco menos de pedantería, más próxima. Descubría tímidamente los pétalos de su carácter; por sobre todas las cosas hiriente y amable. Intentaba mirarme de reojo.
Lo sé —dijo finalmente. —Perdón. No quiero estar aquí. No me gusta la suciedad de este lugar. —Vimos menear la cola de La Mamucha, entrando al café. Cola de alegría, a la vez espantando moscas. La Mamucha encontró un lugar cerca de mis zapatos, dejó de mover la cola.

"Son estas paredes con el olor a pucho; amarillas, avejentándose por las noches. Ella pide la misma cerveza con granadina, siempre la toma con un popote" me digo, acariciando la cabeza del perro por debajo de la mesa, esquivando los lengüetazos, el animal más fiel “Incluso este perro no ha dejado de ser el mismo perro cagón y altanero de todos los días” Mientras bajo la vista, contagiado de su hastío, le miro las manos y me gustan las pequeñas laceraciones de sus muñecas, arañazos de gata, las cuales han pasado por muchísimos tratamientos para hacer menos evidente la profundidad de las cortaduras, Y son recordatorios de hasta dónde había llegado ese día, y desde dónde se atrevería a ir la noche siguiente. Ahora no le interesa cubrírselas, recuerdo la primera vez que me atreví a acariciarle los surcos, jugar con el recorrido de mi dedo por su piel, los surcos, el camino pedregoso.

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