Hay algo que detesto en las personas

Me he encontrado con dos cosas: la primera es una canción de Juana Grey "El Beat de tu Alma" Casualmente, buscando información de un baterista uruguayo que me gustaba mucho en esas épocas de cigarrillo y vino del 2010. La segunda es un fragmento largo de un cuento que andaba escribiendo en Junio del 2012. Fue después de una fiesta a la que un amigo de Psicología me había invitado, habíamos fumado marihuana, preparamos Sangría y en medio de la fiesta, en una sucia habitación me había revolcado con la punkerita que me gustaba ese semestre. Yo había decidido abandonar Psicología, sentía hastío seguir estudiando, no encontraba mi lugar dentro de las aulas y de los estudiantes presumidos. Dejé de ver a Gabriela, por cierto que hoy es una chica rosa y eso me da bastante risa. La última vez que nos besamos le prometí que esta vez si me pondría a estudiar y que sería mas atento con ella, pero a la semana siguiente ya andaba planificando ir a esta susodicha fiesta donde me encontré a esta punkerita que me andaba quitando el sueño. Me pasaba las semanas así, fumando marihuana, escribiendo mis aventuras, recordando a Gabriela y viviendo las noches por la calle España. Ese día de la fiesta, mientras la punkerita me decía que le gustaba mi forma de sonreír, surgió la idea de un personaje: un tipo mayor que le gustaba dormir con chicas jóvenes, posiblemente porque la punkerita me había dicho que yo le parecía mayor cuando me veía por los pasillos de la facultad. Cuando me desperté, aún ebrio, entre ese mar de cuerpos sucios, y salí a la calle a encontrarme con el fastidio de la mañana, se me vinieron a la mente las primeras palabras para empezar el cuento. Recuerdo llegar al parque Lincon y en uno de los banquillos empezar a escribir en una pedazo de papel (llevaba mi mochila) Me pasé toda la semana escribiendo poco a poco el cuento y cuando terminé la primera parte me sentí muy bien. Había logrado inventar muchas cosas que se estructuraban bien con las ideas que tenía en la mente: Logré por primera vez pasar a lápiz y papel lo que realmente quería decir. Lo publiqué en un blog antiguo, y me olvidé del cuento, esperando a otro momento de "inspiración" para poder continuar sin enlodar las palabras.

Así pasaron 6 años. Y hoy mirando otra vez el pasado (la nostalgia de la vejez, me siento viejo a mis 28 años, que tipo ridículo) encontré el fragmento, y ahora lo publico tal cual, sin corregir nada. ¿Porqué revolver cosas viejas? ¿Porqué publicarlo acá? Porque sé que en este blog visitan personas que les gusta mi trabajo de ilustración y he logrado tener un grupo (muy chiquito, es cierto) de seguidores. Pues bien, de nada sirve guardarme las cosas y he aprendido que no tiene nada de malo desempolvarlas.

¿Qué tiene que ver la canción de Juana Grey con este pedazo de pasado? Quiero pensar que la canción le da atmósfera a todo lo que dice el cuento.



HAY ALGO QUE DETESTO EN LAS PERSONAS

Hay algo que detesto en las personas, y es la poca falta de fidelidad que se tienen así mismas. Un hombre se traiciona al pensar que el amor es el último escollo que le puede sacar a su mujer de la noche. Una mujer cree –y lo hace sumamente aferrada a eso- que su vida no será suficiente si no logra encontrar una posición; ya sea en la cama o en la sociedad. Un niño creerá que la vida no sale de sus ojos; jugar a la pelota, reunirse con los pequeños amigos, comer un helado; y más tarde cuando ya se le salte el juego de las manos, se convertirá en otro infiel más. Cómo en la guerra, cómo allá afuera con las personas. Creo que al morir, la gente a nuestro alrededor piensa que hemos pasado a otro plano y es mejor no acordarse de nosotros sus muertos, y nos olvidan, y otra vez vuelven a ser tan humanos como antes. Enciendo un cigarrillo y hablamos de estas cosas que nos inquietan muchísimo, la chica del piso de abajo escucha unos casettes muy viejos, un piano, una guitarra. Estamos boca arriba en una cama polvorosa, cerramos las ventanas porque no queremos sentir frío. La conocí cuando estaba en el bar, y poco a poco nos perseguimos hasta encontrarnos afuera, en la calle, afuera, en la plaza, afuera, en este edificio. Todo sucede afuera,  donde no existen otras personas en nuestro camino, donde no hay gente ebria que nos mira con la cara de enojo y nos echa la culpa de su detestable condición. El bar lo conocía hace mucho, tal vez había cometí el error de ir muchas veces buscando algo que sabía era muy difícil encontrar allí. Más tarde encontré algo que no estaba buscando, pero que de alguna forma se sumaba en mi vida, y era ese gesto de manos tan sutil de la gente que vive en grandes casas, con muchísimas personas. Tengo treinta y siete años y la gente me repudia y comenta a mis espaldas cuando me ven con alguien de no menos de veinte años. Y los entiendo, porque no ha sido la primera vez, porque allá lejos en mi pasado también releí estas cosas que escribo ahora, también encontré algo que me sorprendió en un principio, es como si la luz del día cambiase repentinamente y a todos nos llegue la sombra perdida de alguien. Tengo treinta y siete años y tengo un problema en los pulmones que no me deja tranquilo, no siento el sabor de muchas cosas (cosas materiales, se supone) y no como porque ya no tiene gracia y me paso el día entero escupiendo y fumando, o bebiendo un agradable licor de agua, como el que bebemos ahora, ella y yo.  La primera vez que hablamos le pregunté la edad, la había visto muchas veces sin mirarla, y siempre venía acompañada de un chico, seguramente de su edad, y se daban besos en la barra, y pedían Fernet y se les pasaba la noche entre risas y falsa timidez. Pero como escribí allá arriba, la vi sin mirarla, como si fuese una estatua o algún adorno más en un salón de fiestas. La vi dentro de un chaleco y tacones altos, y pensé que sería una niña fácil, que no entiende bien las cosas cuando alguien más se las explica. Y no me interesó más, hasta este día, donde me habló de las personas fieles y tuve que darle mi gran sermón de aquellos que se traicionan. Porque, en definitiva la infidelidad no pasa por el amor –le dije. La forma brusca de traicionarnos viene más por las vías de la nostalgia, por ese pasado que nos mira con los ojos de lamento y cree (o nos hace creer) que tenemos que salvarle, y que no tenemos que permitirle la muerte o la sepultura.

Se hace tarde y ya es de noche, es domingo y estos días (últimos de septiembre) son calurosos en la mañana y tempestivos en la noche.  Por eso me gusta muchísimo fumar, porque el humo de mis cigarrillos cambia súbitamente las cosas, después tengo la camisa impregnada de ese gusto áspero, y tengo la habitación llena de vagas nubes densas. Hace días encontré una hojita de papel con algo que había escrito para un alguien de muchos años atrás. Era la tentativa de soñar juntos, o despertarnos en la misma cama. Tal vez sucedió porque cuando voy releyendo estas palabras, la de la hojita, siento que nosotros habíamos dormido mucho aquel día, y que nos despertó o la llamada de alguien en el teléfono o un ruido de ventanas rotas afuera, en la vereda. “Una pelusa se desprende de tu cuerpo y la veo flotar por mi habitación” dicen las palabras, como un intento de darle vida a algo que no la tiene, el viento tal vez tenga vida, pero la pelusa…. Es ridículo que haya escrito una cosa tan poco imaginativa, una pelusa, ¡por dios! en que estaba pensando. La hojita de papel está muy bien escondida entre las hojas de un libro, en  “El arco del triunfo” creo. No quiero que esta nueva niña piense que me paso los días recordando cosas estúpidas, no tengo la intención de enseñarle lo retorcido que se pone este lugar cuando me empiezan a invadir cierto-tipo-de-sueños. Treinta y siete años y duermo con una niña que poco a poco me da hastío. Cuando se levanta de la cama y busca su ropa, pienso que es el momento exacto de despedirme de su cuerpo y que se vaya con sus palabras, que al fin y al cabo no me sirvieron de mucho. Antes que se fuera le pregunté “¿No nos volveremos a ver cierto?” y con mucho interés respondió que no sabía, ni ella ni yo. Quisiera borrar con un enorme pincel blanco las cosas que dijimos aquí, las horas que pasamos besándonos la piel.
  
Me levanté esta mañana con otro tremendo dolor en el pecho, instintivamente encendí un cigarrillo y el dolor se sintió como un quejido más de mi cuerpo. Me serví un vaso del licor de agua y salí a la calle a buscar el periódico.
  
-¿No pasan cosas nuevas verdad? –le dije al dueño del kiosquito. –No –respondió secamente. –todo sigue igual.
  
Seguí fumando y caminando hasta llegar a la plazuela, esa de las banderas grandes. Me senté y empecé a leer el periódico con una gran importancia. “Hoy, no hay policías en los bancos” decía “Están en huelga”. Me reí un poco, porque siempre encuentro algo absurdo en estos periódicos. Cambié de páginas y empecé a leer las secciones culturales. Había una gran foto de Jorge Luis Borges en un apartado, y abajo estaba un fragmento de “Milonga de dos hermanos”. Me cae muy bien Borges, es tartamudo.
  
-¿Tienes un cigarrillo? – me preguntó afirmativamente un niño, que venía con la ropa sucia y la cara llena de tierra.
  
-¿Tienes un cigarrillo? –volvió a preguntar el niño, y se sentó a lado mío. Me miró con unos grandes ojos rojos. Le di el cigarrillo prendido que tenía en la boca, y empezó a fumar mientras repetía cosas inexplicables.  No soy un hombre menos si le doy un cigarrillo a un niño, yo aprendí a fumar de la misma forma, solamente que tenía la cara limpia cuando le pedí a alguien mi primer cigarrillo.

El niño no se iba y empecé a incomodarme, bueno, estoy seguro de que empezamos a incomodarnos los dos.
  
¿Qué es lo que quieres? – Le dije. Nada -respondió. -Y entonces, si no quieres nada, ¿Por qué no te vas? –dije, y le miré curioso.
  
No dijo nada, hasta que, ya hastiado por el sol de la mañana y por los olores de sus ropas, me levanté y me dispuse a caminar calle abajo. El niño se paró, nerviosamente me dijo que no podía irme todavía, que teníamos que esperar a que llegase Bob. Me volví a sentar.
  
¿Quién es Bob? -Le pregunté.
  
Bob es Bob -me respondió y empezó a sonreír.
  
Malditas sean mis buenas costumbres. No puedo volverme a ver en un espejo cuando no sé exactamente las cosas que van pasando en mi mundo. Escapar siempre es una buena opción y mucho más cuando no entiendes bien las cosas que te van pasando. Ayer fue un día como otros y hoy va a ser un día como tantos, solamente que ahora tengo que conocer a un tal Bob y tengo que seguir sentado con un niño que apesta a miseria.
  
Encendí un cigarrillo y empecé a fumar encabronadamente. El niño seguía fumando el cigarrillo que le di.
  
Bob es Bob, quisiera conocer a ese Bob que es Bob – le dije, y le miré con malicia. –Vamos a fumar hasta morirnos niño de mierda- dije. El niño no se inmutó, y empezó a fumar realmente, aspirando hasta la garganta y sintiendo el alquitrán en los pulmones. Tal vez esa fue su forma de inmutarse, no lo sé.
  
¿Cuántos años tienes? –pregunté. Quince –respondió. –Dime la verdad o no tendrás más cigarrillos, si es que acabas ese que tanto tiempo ya está entre tus dedos. Once –dijo. Y supe que también mentía.
  
Tienes siete u ocho- le dije, y miré su cara sucia, esperando un gesto que me indicase mi acierto.
  
Tú sabrás –dijo, malcriadamente.
  
Dime una cosa, cuando fumas pasto ¿qué es lo primero que recuerdas? –pregunté burlonamente. ¿Tus primeros meses en la barriga?
  
No fumo maría –respondió.
  
Bueno, entonces cuando aspiras esa cosa que llevas en el bolsillo –dije y le miré la ropa con escrutinio.
  
No siento nada. Es que de verdad no siento nada, eso es bueno –dijo.
  
Eso es malo -dije. Yo, el gran padre que instruye lecciones. Eso es malo -repetí, un poco avergonzado -Por lo menos tienes que recordar algo, esa es la verdadera cosa con las drogas
  
Terminó su cigarrillo, y le invité uno limpio y nuevo que saqué de la cajetilla.
  
Toma –le dije. –Te lo has ganado por ser tan tonto –reí.
  
Él también empezó a reírse un poco. Miró a unas señoras que venían a lo lejos, que seguro habían observado todo desde hacía mucho. Y se puso un poco nervioso, y se hizo al distraído.
  
Le tienes miedo a esas señoras –dije. –Y no le tienes miedo a un extraño que te invita cigarrillos. –
Dime de una vez, quién es ese Bob y que es lo que quiere.
  
Las señoras pasaron delante nuestro sin siquiera decir algo.
  
Tú lo conoces -dijo

Se paró, guardó el cigarrillo nuevo en el bolsillo del pantalón, miró a todos lados, y se fue corriendo. Cuando ya estaba lejos, se detuvo y miró hacia atrás, hacia mí, me sonrió. En ese momento sentí la mano de alguien en el hombro, miré hacia atrás esperando ver alguna cara grasienta y desconocida y solo me encontré con los dientes blanquísimos de Charlie que estaba a punto de reírse espantosamente, como siempre lo hace.

Charlie -le dije y por fin entendí las cosas. -Estoy harto de que siempre te aparezcas con mierdas de este estilo.

Charlie es una persona bastante extraña, me pone nervioso su actitud tan dispareja, su vestimenta tan andrajosa y sus modales poco agradables. Ríe de una forma que te deja una sensación de espanto. Me molesta mucho verme a lado de Charlie cuando caminámos, o cuando vamos a un Café a perder el tiempo; esa mirada algo perdida, ese gusto por las putas tan poco decente, esa triste y estúpida forma de señalar las cosas con el mentón.  Algo que tengo que aclamar de Charlie es su forma de beber el vino, lo hace como si fuese uno de esos catadores de alto renombre, y da gusto verle saborear el primer sorbo, es algo fantástico que lo transporta a un lugar al cual hay que entrar pidiendo permiso.

Aparte de sus indecencias, Charlie es un tipo muy alto, mide como dos metros o algo más, hay que mirar hacia arriba para entender bien las cosas que dice. Y tiene la cabeza rapada que le da un brillo de animalismo cada vez mas acentuado.

Me terminó de contar las buenas nuevas de la noche anterior. Caminó unas cuantas calles cuando se encontró con viejos amigos nuestros, que lo llevaron a La Vía, donde conoció a Ruthy, una putita que “me araño toda la espalda con muchísimo gusto” según me dijo

Charlie  -le sonreí. –No puedes ser más cabrón. No quiero saber esas cosas- le dije.

Charlie me miró extrañado, como si hubiese encontrado alguna ofensa en mis palabras. Esas grandes cejas siempre me dejan ver el estado de ánimo de mi amigo Charlie.

Está bien- dijo. –Pero si no te cuento eso, no sabrás lo que pasó después.

¿Con esa puta? –Pregunté.

No lo sé – dijo, y cruzó los brazos. –Con ella tal vez o tal vez con otras más.

Me debes una –le dije. –Por lo del niño ese y por tenerme aquí sentado a esta hora donde el sol me llega justo a los ojos. Charlie –dije y le abrasé amistosamente. –Reverendo cabrón. Reverendo cabronazo Charlie –dije y sonreímos los dos. 

Después de pasar casi toda la noche con su amiguita, Charlie había salido del local con una gran sonrisa en la cara. Le había robado algunos billetes a la putita y se escabullo de esos grandes tipos que siempre se paran en la puerta de lugares así. Me dijo que había golpeado algunos autos estacionados en la calle y que estaba saltando y cantando feliz hasta que un tipo empezó a perseguirle en la oscuridad, y que “corría fastuosamente”. 

Le rompí toda la cara –me dijo y empezó a gesticular con las manos. Le abrí una gran boca en la espalda –dijo. Y sacó la navaja aún ensangrentada.

Era una sangre negra y apestosa que cubría la hoja laminada. Charlie siempre hace esas cosas cuando esta drogado. Muchas veces he tenido que esconderme en los rincones más asquerosos y esperar a que la policía pase de largo con sus linternas. Siempre me hastiaba esa conducta de mi amigo Charlie, siempre tenía algo nuevo que mostrarme: o matar a un maldito niño o maltratar animales. Me daba mucho miedo que en esa tempestad de sensaciones a mi gran amigo le dé por darme un tiro en la cabeza o molerme la cara a patadas. Pero es una gran persona (y aquí empiezo yo a hablar como un hombre solitario  que tiene pocas caras con quienes hablar de los problemas, que acepta las drogas que le invita este incorregible personaje que a veces llora como un perrito huérfano cuando empiezo a  regañarle) es un gran amigo que comparte mi gusto por vivir en esta polvorosa ciudad.

Le miré con curiosidad la ropa a Charlie.

¿Alguien te vio? –pregunté.

No –dijo Charlie. No había nadie en la calle y el tipo apenas gritó.

¿Lo mataste? –pregunté y le miré la cara. – ¿Lo mataste Charlie?

Charlie guardó la navaja en un bolsillo de su chaqueta. Masticó una pastillita de menta y se quedó pensativo. No lo sabe, Charlie no sabe si mato a un tipo  y no le preocupa saber si esta ahora desangrándose en medio de la calle, rodeado de gente que mira la sangre como si fuese la de un perro atropellado.

Si algún día el mundo se queda vacío, no quisiera quedarme con Charlie haciéndome compañía, está tan loco y perturbado  que a veces dan ganas de darle una bofetada y que le salgan las verdaderas palabras que tiene guardadas por ahí. Sé que su vida no ha sido muy sencilla, y los veinticinco años que lleva viviendo en esta vida no le han alcanzado para superar esas pequeñas cosas que nos atormentan a todos en la infancia. Entiendo que quiera llamar la atención con su forma de vestir o su forma de hablar, pero matar a un tipo y que no le importe es llegar a un extremo demasiado peligroso, y sé muy en el fondo que esta no es la primera vez que pasan estas cosas, bueno, aún no sabemos si el pobre tipo está muerto, no hay que juzgar a Charlie, todavía no.

¿Por qué enviaste a ese niño acá? –le cambio el tema a Charlie.

Ah –dice. –te había visto desde que compraste el periódico en el kiosquito y quería saludarte. El niño me perseguía desde la madrugada, estaba un poco drogado y no se me despegaba –dice Charlie.

Y… –digo.

Y bueno –dice. –Me pareció una buena idea que te moleste a ti. Le di unos cuantos centavos y le dije que te pidiera un cigarrillo.

¿Y eso de Bob? –pregunto.

¿Bob? –dice Charlie, un poco asombrado. -¿Y eso qué es?

El niño me dijo que te llamabas Bob –digo.

No sé de dónde ha sacado eso- dice él. –Tal vez fueron las drogas.

Hago un rollito con el periódico y le doy un suave golpe en la cabeza a Charlie.

No has pensado que el niño pudo haberte visto –le digo. -¿Y tal vez por eso te perseguía?

No creo –dice Charlie, un poco indiferente. Es un niño –dice y empieza a sacar uno de sus cigarrillos. -Es un niño, y los niños no importan.


Charlie empieza a fumar.

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