Sobre mi segunda experiencia de Ayahuasca


Me sorprendía el pensamiento de contaminación estos últimos meses y había aprendido nuevamente a ser intolerante con los demás y conmigo mismo. Estaba Intranquilo, vivía siempre con una angustia que al momento de dormir me recordaba ponzoñosamente los malos momentos. No sabría explicar el momento en el que perdí toda la tranquilidad que me había dado la primera experiencia de Ayahuasca, hace ya casi dos años. La realicé pensando siempre en la curación espiritual, pero no calculé, incluso ahora mismo mientras escribo esto, que todos los propósitos que te hagas al momento de hacer la ceremonia son siempre innecesarios pues la medicina es sorpresiva e inteligente: Sabia. 

Así decidí hacer mi segunda experiencia: sin miedo. Comprendiendo que lo que tenga que decirme la abuelita será lo correcto. Días antes de la ceremonia me preparé conscientemente: comí bien, hice ejercicio, medité, aunque debo decir que el cigarrillo, mi droga predilecta, siempre andaba comiéndome los pies, y yo no hacía nada por escapar (ni haré, pero eso es otro tema) El día antes me encontré con una paz que me reconfortaba, una seguridad ante las cosas que se sentía muy bien, como pocas veces había sentido; la neurosis evidentemente tiende a estar en silencio con un poco de entrenamiento. Dibujé, me sentí cada vez más comprometido con el oficio del dibujante y las cosas me salían estupendamente. Cody estaba a lado mío, tan tranquilo como yo me sentía; él es un reflejo, Cody es un espejo que me muestra las debilidades y también los aciertos. Empaqué mis cosas (llevé una pequeña libreta y lápices para poder dibujar mi experiencia) y salí en la noche al encuentro. Éramos alrededor de veinte personas en la cabaña, caras desconocidas excepto por Guido, Mario y Wayra, este último el curandero y guía de la ceremonia. Guido me reconoció al instante, y lo saludé un poco efusivo debo decir. Lo ví contento y maduro, aunque sin dejar toda la inocencia que le conocí hace dos años. Ya era hora, nos dispusimos en la habitación y empezó la ceremonia, talvez ya había empezado para mi hace algunos días atrás. Trastabillé un poco al pedir mis deseos, sé que fue por mi timidez innata; muchas veces la seguridad que me ven las personas es una pantalla bastante fina, que pocas personas cercanas saben reconocerme.

Tomé el brebaje y me fui a mi rincón. Respiré varias veces, cosa de calmar la mente, y recosté la cabeza contra la pared. No tenía dudas ni miedo, estaba tranquilo, esperando respetuoso la sorpresa. Y comenzó, una vez apagada la única vela de la habitación. Sentí el mareo, la incomodidad, las ganas de salir de ahí, pese a todo guardé la compostura, sabía lo que estaba haciendo y sabía donde estaba. Da igual que tengas los ojos abiertos o cerrados, dejamos de ser nada en la oscuridad. Era la primera vez para las dos mujeres que estaban a lado mío, estaban nerviosas, las percibía como también percibía cualquier ruido en la habitación por mas pequeño que fuese. Wayra empezó la ceremonia con las hojas y los instrumentos que me hacían recuerdo a la cascabel de la serpiente. A la Ayahuasca se la rememora como una serpiente, es fascinante que todas las personas de todas partes del mundo dicen ver o sentir serpientes durante su experiencia, como si algo, escondido entre el cerebro reptiliano y los arquetipos, nos mostraran elementos en común, que van más allá de cualquier explicación, no estamos tan alejados el uno de otro. A su vez, de un modo contrastante esa misma idea de la serpiente espiritual que transmite sabiduría batalla en significados con esa otra serpiente sagrada, que es el símbolo de todas las perversiones y de la caída del hombre. Entre tantas ideas que tenía en el momento, resguardado siempre por la conciencia del lugar en el que estaba (cosa que no se puede sentir con otro tipo de alucinógenos) empezó el bombo, mi sonido natural. La melodía que me cautiva, empezó absorbiéndome; cada retumbar era evidentemente un latido, un llamado del alma. Ahí mismo me vi sin pensar en nada más que el sonido que provocaba el instrumento, con la mente callada, me sentía tan bien y con tanta seguridad que tuve la necesidad del primer y único vómito. Todo el viaje fue un placer después de la purga, me había pasado en la primera experiencia: Un neurótico que siempre anda con las ideas en la cabeza se queda en silencio cuando vomita literalmente la nada que tiene en el estómago. 

Así pasaba el viaje. La abuelita me curaba físicamente, aliviando las articulaciones y el dolor constante de la espalda. 

Estaba alegre, disfrutando la ceremonia, siempre alerta al viaje de los demás . De tanto en tanto, alguna persona empezaba a vomitar y eso me animaba, puesto que era un indicio del miedo que habían dejado atrás y lo que seguía de ahora en adelante era un revelación, buena o mala, pero revelación al fin. Una chica pidió ir al baño y Wayra encendió por un instante una pequeña luz que traía consigo para guiarse en la oscuridad, y en ese instante pude ver los fractales que tantos amigos, ávidos compañeros de lo alucinógeno, relataban en sus viajes. Me pareció fascinante la deformación de la realidad que se tiene ¿de dónde salen estos colores que nunca antes había visto? estas formas, que nos recuerdan (tal vez por asociación o influjo) la textura de la piel de un reptil (la serpiente asoma sus ojos nuevamente) Me cautivó todo este carnaval geométrico.

De pie, con las manos juntas y los ojos cerrados Guido empezó a cantar. No lo veía, pero sabía que era él, reconocía su timidez. El ayudante, de quién la primera vez tuve la impresión de un tonto, ahora se me presentaba con una tierna seguridad, su voz, frágil y débil por momentos, era un mensaje de admiración, llegué a pensar “Guido es genuino, lo que esta haciendo Guido en este momento es mostrarnos la valentía” Lo entendí, por un momento entendí perfectamente su intención y él mismo se volvió a dibujar en mi memoria, esta vez con muchísimo respeto. 

Wayra y Mario empezaron a cantar también, escuché atentamente, siempre en silencio: era la canción de la abuelita que venía a curarnos, era la canción del respeto a la naturaleza, era la canción de la conciencia; la puerta negra, la puerta amarilla, la puerta blanca, era la canción de la tristeza: el egoísmo que no nos permite cuidar del otro. 

Después de la ceremonia dormimos, cada uno en su rincón, era una alegría poder estirar las piernas después de casi cinco horas de viaje intenso. Me quedé despierto un momento, escuchando el sonido del riachuelo que pasaba cerca la cabaña, en movimiento constante, hasta que sin saberlo me quedé dormido. 

Al día siguiente retorné a casa. Recordé que había traído la libreta para dibujar la experiencia, pero en cuanto la saqué la volví a guardar, no tenía necesidad de dibujar ni escribir. Incluso ahora, que han pasado varios días, siento que debería esperar un tiempo para volver a escribir, pero hay cosas que uno las hace con un sentimiento impulsivo, así que me tomé el día libre de cualquier obligación y dediqué las horas a ordenar un poco las ideas. 

Claudio Naranjo había descrito a la Ayahuasca como “Un despertar de conciencia fundamental” y es totalmente cierto, no sólo un despertar sino el descubrimiento de una verdad de la que no puedes escapar: ¿Como es posible que ante toda esa angustia de que morirás, no mueres? no sólo has sido un hipócrita sino también un farsante. Has pasado tanto tiempo sabiendo que estabas enfermo, tratando de curarte, por momentos alejándote de tus vicios, pero por otros entregándote placenteramente; un infiel más. Lamentándote de todo lo malo que lo habías pasado, pero no haciendo nada por mejorar. Aferrándote a cosas que no nos pertenecerán nunca. ¿Qué es lo que te preocupa ahora mismo cuando ya no temes por la muerte?

Me parece que todo me distraía, he sido un egoísta que predicaba contra el egoísmo y eso es lo peor. Las cosas mas preciadas se me escurrían por los dedos, no me importaba herir. Había hecho la ceremonia de la Ayahuasca pretendiendo que ella me cure y ser mejor persona pero sin ningún esfuerzo. No se puede ser más tonto, sabiendo que las cosas debemos cambiarlas nosotros mismos, con el esfuerzo que implica eso. Es importante que las cosas nos cuesten. 

Y así es como se me quitan las ganas de escribir por ahora, mientras me fumo un cigarrillo, que crea ambiente, no cabe duda.

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