Ocho patas

Me parece que la primera imagen de aquel día fue descubrir a la araña muerta en la mesita de trabajo. Iluminada pobremente por una luz derroída que emanaba de la lámpara; que parecia observarla, inclinada hacia el hallazgo de unas patitas entrelazadas y de una estampa rojiza en el centro de un lomo peludo. Ya despojada de toda elegancia. Sóla e insignificante, dentro el desorden de lápices y polvo, de tintas y pinceles.
      Varias veces la había observado en su telar: mecánico, casi perfecto, tendido en una esquina de mi taller. Perdía la mirada en sus movimientos pausados, su decender gimnástico, su forma de acariciar los cuerpos cadavéricos de moscas y demás insectos. Seducido por sus formas, impresionado por las largas horas que podía estar sin un sólo movimiento y descubrirla despúes, en la mañana siguiente, intacta y fiel, meciendose apenas entre nubes de primeros cigarrillos y palabras infantiles.

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