Las manos de los otros



      Tacones en la cartera, pies descalzos en la alfombra. El cuerpo cansado, los ojos rojizos y aún somnolientos, Viti acomoda el abrigo y la cartera en la mesa, y se tumba en el sillón donde le llega un poco de sol. Aún es viernes, viernes en la mañana, probablemente las nueve o las diez, afuera los autos bufan, la gente empieza a habitar las calles; dispuestos al trabajo, o al estudio. Hay una un montón que está decidido a cumplir las obligaciones de lo cotidian. Activos, llenos de energía, sin flojera y sin resaca. En la mesa, dos botellas de Vino y una de Fernet contrastan, todavía abiertas y hasta la mitad “¿Para qué seguir bebiendo?” piensa Viti “si después me quedaré sola, esperando a que las horas avancen lentamente sin nada más que hacer” 
      El estómago le molesta, un áspero gorgoteo bulle, el vino de hace algunas horas está aún fermentándose, los dedos le huelen a nicotina asquerosa, el cabello desordenado, el rojo del labial todavía corrompido.
      En el trayecto al baño va quitándose con desgana la ropa, llega casi desnuda, enciende la regadera, mientras el agua calienta y los vapores ascienden, se queda absorta con su propia imagen en el espejo; mirándose el aserrín azul del maquillaje, los ojos se van despintando, los nuevos tatuajes en la piel que son en realidad pequeñas mordidas en el cuello, en el pecho; laceraciones que le habían provocado las manos de los otros, los labios de los otros, ahora asumen una cierta importancia, verlas bajo esa naciente luz del baño adquieren un tono de desamparo, de enojo, de vulnerabilidad. Mientras Viti se observa, los pechos, los muslos, el tatuaje real del vientre, siente como una vez más tuvo que buscarse la vida en la noche, vagar por las calles, saludar con desgana a algunos gestos conocidos; borrachos, drogados, gente de mierda que deambula siempre afuera de los boliches, después entrar al café, mezclarse con ese grupo que le da cierta confianza. Ver a una nueva chica, con tatuajes y minifalda, sentada en la barra, también vestida de negro (pero un negro mucho más femenino, digamos que más elegante) Pensar que es simpática, y que tiene algo; algo que en ese preciso momento le es muy difícil descifrar, una palabra que no sabe encontrar en ninguna página, algo en la sonrisa que es muy atractivo; una naricita fina y un flequillo muy reluciente. Gretél, la vieja borracha, se apresura y le dice nombre. Pili, le suena gracioso y sonríe, lo absorbe, Pili Lo memoriza, Pili hasta en el dedo meñique del pie.  
      Y Aquella noche, descubrir el nombre de Pili era como morderse los labios, un beso dulce en la boca.

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