La otra cara de la desgracia


Aseguraba la puerta y pasaba la noche encerrado en el cuarto, leyendo y escribiendo. Alternando mi encierro con cajetillas de cigarrillos. Nada me había influido tanto, ni había cambiado tan drásticamente mi forma de ser, como aquella noche, aquel instante talvez, donde me enfrenté con “La cara de la desgracia” y al terminar de visitar a Onetti, tuve la extraña sensación de tener el tiempo y todas las fuerzas para descubrir la certeza de que nada falso había en todo lo leído.

Lo probé con Viti, probé a Viti. Dentro las aulas vacías y oscuras en la facultad de Psicología en las que nos encerrábamos y nos desvestíamos, y no teníamos ningún reparo en gemir al amarnos vivamente. Después comprábamos una botella de vino y cigarrillos, y nos recostábamos, con el cuerpo aún adolorido, en el pastito de la Glorietta. Besándonos, pasándonos el humo del cigarrillo a través de la boca, nos convidábamos el vino dulce que se confundía con una respiración caliente y agitada, nos acariciábamos y cerrábamos los párpados; hablándonos todavía, cerca al oído, repitiendo nuestros nombres y jugando con nuestros apellidos. Y en lo alto, el cielo decidía apagarse y el viento traía una canción corroída.

I know there's something about me
That you can't wait to just tell me
And I love the way you move, it's so bashful
So just take my hand 'cause baby, it's natural

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