Texto 21

“Sólo sirves para ser linda” murmuró dentro de la taza de café; que absorbió delicadamente, mientras sus lentes empezaban a empañarse. No le gustaba mirar a los ojos cuando conversaba. Gesticulaba con las manos, impaciente por enhebrar correctamente sus ideas. Muchas veces podría creerse que hablaba consigo mismo indiferente a la reacción de los demás.

Nos gustaba escuchar a Takuya Kuroda, mientras nos recostábamos en el suelo frío de su taller. Cerrábamos los ojos y nos besábamos en la oscuridad; descubríamos entonces la lejanía de un mundo muy poco explorado mientras nos mordíamos los labios; mientras nos mojábamos las bocas: mezcla de cigarrillos y chiclets, y mal aliento, éramos desconocidos. Le descubría olores que no podía percibir cuando lo tenía viviendo en la misma realidad, entonces cerraba con más fuerza los párpados para poder imaginarme su rostro tergiversado entre colores magenta y amarillo y entre el espacio oscuro de la imaginación. Pero, por más esfuerzo que hacía, nunca lograba construirlo en imágenes. Lo único que venía a mi mente eran los escupitajos en las paredes, las manchas de café cerca de su escritorio. La pintura enmarcada, de la que se sentía orgulloso y que en realidad no estaba tan mal, un vaso de cristal donde caían las cenizas de sus cigarrillos, el encendedor de plata que le regalé la primera vez que visité el taller.

Todo eso me proponía la concentración de mi propio pensamiento en la oscuridad, pero a él no lo hallaba, y yo lo quería muchísimo. Sentí un ganas inmensas de llorar.

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