La soledad de Onetti


El primer amor fue la literatura, concretamente la literatura latinoamericana. Diría yo que sucedió en competencia con aquel amor real de la juventud, pues me extasiaba leer y también besar. Cuando tuve oportunidad, algunos años después, de tener acceso a la biblioteca de la Facultad de Teología (yo estudié Filosofía y Letras en la Universidad Católica) descubrí a Cortázar-Cuentista con “Las Armas Secretas” poco después terminé de completar mi colección de García Márquez con “Historia de un Deicidio” una tesis escrita con la fascinación de Vargas Llosa sobre la Literatura del Gabo. También pensé más de una vez robarme “El Amor en los Tiempos de Colera” en una versión que nunca más volví a ver: una tapa dura de color amarilla, la ilustración de un Buque al frente y la sonrisa caribeña del Gabo por detrás. En ese libro del que hablé antes Historia de un deicidio por primera vez corroboré la gran admiración de un escritor importante hacia otro; Vargas Llosa intenta un escrutinio fundamental y serio sobre la poesía del gabo, destripa la narrativa para darse cuenta de la prosa retórica del cual se vale García Marquéz para contar la historia de los Buendía. Tuve un interés por Vargas Llosa y leí “Historia del fin del mundo” Leí a Carpentier y a Juan Rulfo, casi a la par, en esa mala costumbre que tengo que leer dos libros a la vez, me explico: voy leyendo una novela y para descansar la vista paso a leer un libro de cuentos o poesía o ensayo. Así evito el mareo de saltar de una narrativa extensa a una más “concreta”. Me topé con un librito cortazariano, una pseudo-rayuela que terminó de encantarme: “El País de las Maravillas” de Gonzalo Lema. Tengo una enemistad con Gonzalo Lema, por ser compatriota y por el acercamiento a la política, así que no he vuelto a leer nada de él. Así pues, prefería ir a la Biblioteca de la Facultad a embriagarme de la Literatura que yo elegía en vez de ir a pasar mis clases de Fundamentos Filosóficos con el pedante de Juan Araoz. Justificaba mi rebeldía con un absurdo: Tengo un fastidio por la imposición. La buena terapia dirá que es un conflicto con el “Super yo” Quién sabe.

Onettí se presentó con las primeras líneas de “El Pozo” y desde ahí no pude resistirme a sus artilugios, a esa narrativa cruda, a esa improvisación jazzista. Después de escucharlo, y de escuchar a otros hablando de él. Me senté un día a dibujarlo. Pero lo dibujé triste y me quedé pensando aquella tarde en la soledad de Onetti, en Onetti mismo, acostado en una cama fumando un cigarrillo y leyendo a Faulkner.

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