Fragmento de Aglomeracion


          El set que compone “Aglomeración” era una colección de impresos fotográficos, dibujos y reseñas que desarrollé en los casi tres años que viví en la isla de Tenerife en España, y que, gracias al ánimo de Hilda y algunos amigos, me animé a publicar recientemente. Nunca esperé nada a cambio, pues pensaba que ese librito de portadas tendenciosas era una simple tontería que se me ocurrió mientras pasaba el tiempo entre mi ociosidad y mi siempre mala costumbre de artista (de mal artista obviamente) Casi terminaba mi maestría y la universidad ya no me exigía mucho tiempo, simplemente firmar alguno que otro formulario y asistir a algunos talleres, y ahí terminaba mi paradero por la facultad. Así que tenía que ocupar el tiempo en algo de productividad, de alguna manera mi curiosidad valió más que cualquier cosa, y tomé prestada una nicon 1000b a una compañerita sueca y empecé tomando algunas fotografías a la buhardilla donde vivía, y por supuesto a la playa; a los turistas y las simples y misteriosas nubes del caribe. Aunque al principio eran escuetas tomas más de principiante, debo admitir que tomé un cierto impulso y logré captar algunas buenas imágenes que transmitían algo. Para mí, la fotografía en ese entonces era otro medio más de transmitir sentimientos, los propios o los ajenos. También me di la manía de escribir algunas cosillas que se me ocurrían mientras paseaba por las calles más céntricas. Tenerife es un gran lugar para el turismo. Entre los bullicios de los residentes, siempre encontraba una mesa confortable donde podía pedirme un vino, un cigarrillo y empezar a teclear en el computador. Era sin dudas una aventura deleitable, que me dejaba satisfecho y llenaba un vacío de horas y formularios. Cuando volvía por la noche al piso de estudiantes, descargaba en el computador las fotografías que había tomado y archivaba o transcribía los pequeños escritos –que era una suerte de poesías y reflexiones- solo así podía decir que había productividad en mis ratos libres.

          Antes de emprender mí retorno, y al momento de reunir todo lo que había hecho allá, me percaté que tenía un centenar de cosas: fotografías por montones y muchísimos escritos en forma digital y en papelitos sueltos que iba encontrado por toda mi escueta habitación. En un rincón, escrito con marcador negro, una frase me mostraba la locura a la que me había sujetado estos últimos meses: “Tu cuerpo desnudo es palabra muda, es locura”.
         Hilda me recibió en el Aeropuerto, junto a mi madre que tenía una cara entre absurda y consternada, pero con esa facción tierna como suelen tener siempre las madres de hijos varones. No fue hasta dos semanas después, que decidí desempacar mis últimas cosas: las fotografías seguían en mi pensamiento, pero no las quise divulgar al primer instante, decidí tomarme un tiempo, pues tuve el presentimiento de que mi vida acá volvía a ser la misma que cuando tomé aquel avión. Y por supuesto, la vida de allá era otra cosa, unos años brumosos incontables y secretos. Sobre todo para Hilda, que jamás me perdonaría haberle escrito algunos versos a una putilla que trabaja en “Flamecos” de la zona este de la isla, y algunas fotografías que se dejó tomar Gretél, la sueca de pecas en la cara, con la que tantas veces me descargué en sus pezones rosados. Gretél todavía me escribe, o me manda alguna que otra fotografía.

Comentarios

Entradas populares