Fragmento de las Hormigas (II)


         Me causaba mucha gracia, siempre fingía ser alguien importante, trataba de llamar la atención casi desesperadamente; sus tacones altos, sus vestidos negros ceñidos, su manía estúpida de hablar para sí misma. Alguien me dijo que se llamaba Victoria, pero ella insistía en presentarse cómo Viti. Me gustaba la forma en la que se me montaba; curva y eficaz, siempre gimiendo, siempre dispuesta a cosas nuevas y excitantes. La tal Viti es de esas chicas que se dejan hacer lo que sea, no importa si es algo impúdico, ellas siempre muestran buena cara a la hora de meterles la verga al culo. Esta noche, no paraba de besarme, me mordía los labios, se frotaba angustiada.
         Tuvimos que huir a un alojamiento cualquiera, era violentamente necesario. Hubo un instante en el que, yo tumbado en la cama y ella encima de mí, empezó a sujetar con fuerza mi cuello, a apretar con ambas manos mi garganta. Al principio me gustó, hasta que sentí cada vez más espasmódica. Pelotuda de mierda le dije y le aparte (en mi estómago, el wisky y la soda se mezclaban, también me dolía la cabeza, cada que me movía sentía un martilleo en las sienes, los colores se mezclaban, giraban y se mezclaban) Pero quería tenerla otra vez a mi lado, quería que me cabalgara. Mi verga aún estaba húmeda, estaba arrechísimo.

         El Argentino llama Renzo Ríos, es feo y alto. Y mucho más feo y mucho más alto por las mañanas. Y es flaco, de esos delgados que rozan prácticamente la mala salud; a los que les salen ojeras por beber whisky, pero que soportan muy bien el Ron con Coca-Cola y las mañanas siguientes. Se había bañado, había cambiado de ropa. El perfume camuflaba el olor a marihuana con que la ropa se había impregnado. Metió la mano en un bolsillo de la chaqueta, una pequeña pastillita de Fluriacepan titilaba dentro de un montón de sobrecitos, monedas y puchos rotos. La sintió bajar por su larga garganta. Tomó dos más cuando se encontraba en la calle. Empezaba a hacer un poco de calor. Vagar por esa sucia ciudad llena de prejuicios era una rutina demasiado sugestiva, caminó todavía sin un rumbo previsto, pero sabiendo que unas cuantas calles más abajo tomaría una pilita más y ¡pum pum! la joda empezaría. Se puso las gafas oscuras y trató de desasir el gran reguero de ideas y recuerdos que tenía en su cabeza en ese momento.

Comentarios

Entradas populares