La Avispa Metálica

Hay una feminidad en todo lo que escribo. De repente, la mujer protagoniza las historias, o la mujer es el foco central de todo un relato, o es la mujer quién está narrando las cosas, pues me parece, en este último caso, que su punto de vista es mucho más importante que el mío (valga la despersonalización)

Es así que he recurrido siempre a las mujeres en todo lo que he escrito y han surgido personajes que cobran vida propia nada más que con la intención. Tal es el caso de La Negretty, un personaje que me inventé en un instante y que al momento de escribirla cobró vida propia y rondó varios cuentos inconclusos. Me había pasado con Viti, otro personaje que saqué de mi experiencia con una amiga real; a la que inventé alguna que otra característica pero que seguí casi fielmente su personalidad. Sin embargo, La Negretty es algo especial, es el sumun de ideales que vi en varias chicas que me llamaron la atención.

Ahora que ando releyendo todo lo que he escrito, no tengo ninguna duda en decir que los párrafos en los que hablo de La Negretty están bastante bien escritos y hay una fluidez que me extraña y me fascina, me doy cuenta que ella misma está escribiendo su historia.

Aún así, pese a toda adulación, todavía no esbocé totalmente el personaje y siento que a veces anda cojeando. Y quisiera ver lo que traerá volver a escribir de ella, talvez mucho más adelante.

Por aquellos años, las del 2013 y 2014 escribí bastantes cosas extrañas. Cierta perversión mezclada con una oscuridad rondaban las historias que quería contar. Me gustaba la noche y la ciudad, y cada salida era una aventura que me brindaba muchísimas ideas geniales. La gente que conocí (y que nunca más, por desgracia, volví a ver) me inspiraba a crear un mundo crítico; donde la normalidad era el enemigo y los buenos modales eran de total mal gusto.

Podría decir que es la época en la que he escrito más y mejor.

Este fragmento que sigue, muestra le genialidad de La Negretty, y también se intenta describir un poco su alocada personalidad. Recuerdo muy bien que quería un libro distinto y es por eso que me cuesta cortar algunas partes que conforman todo este pedazo de relato. Pese a todo, la idea general se entiende y el ambiente se pinta por si mismo.

De a hora en adelante, presentaré más fragmentos, y ninguno tendrá una introducción como esta.

Fragmento de  “La Avispa Metálica”.

Se sentó a mi lado y percibí, casi como una premonición, ese inquieto olor a colonia dulce y fresca, que era la mejor descripción de su personalidad. Me interesó sólo él cuando lo vi en el pasillo de la puerta; con esos ojos profundos y cafés, esa sonrisa caribeña que mostraba unos dientecillos muy blancos y muy parejos, que sólo pretendían sonreír para mí y nadie más. Y no había pasado mucho tiempo para que se hiciera notar enfrente de todos, con su manera tan alegre de hablar, moviendo expresivamente las manos y mirando fijamente a los ojos. Aunque nadie lo conocía –después Lidia me comentó que ni ella misma lo conocía y que era amigo de unos amigos- a los pocos minutos de comenzar la música ya era ese tipo de personas del que necesariamente hay que formar un circulo a su alrededor y escuchar con atención, y tratarlo con una amistad sincera. Creía verlo en todas partes, sentado o charlando con alguien. Había tenido la precaución de no acercarse todavía a ninguna chica, así podría mantener tanto el como yo esa ilusión de que debíamos estar juntos los dos, pero siempre en mi dirección o en sitios donde yo alcanzaba a verlo. Las demás chicas, como siempre, andaban ya cuchicheando para él, o mirándolo atrevidamente, y sé muy bien que más de una quiso tener la suerte que tuve yo cuando decidió quedarse toda la noche a mi lado.
Así que cuando se sentó -yo no lo vi, estaba casi a espaldas, hablando con Lidia y Martha, tratando de perder un poco mi timidez- lo primero que sentí fue esa ráfaga de colonia que se instauraba definitivamente, voltee y estaba mirándome muy fijo, con una arrogancia que rosaba mucho a la ternura. Sonrió, pude ver más de cerca esos labios finos y sus dientecillos. Me tendió la mano –su mano gruesa y áspera, que me resultó un aspecto más de su belleza varonil- y dijo su nombre completo con una manera tan latina que me ruborizó y me recordó mucho a la manera simpática que tenemos para presentarnos en mi país. Pero no fue hasta que dijo su apodo que esta vez sonreí yo, y decidí quedarme con ese nombre como si fuese mío: “Vico”.

La Negretty apachurra con violencia un cigarrillo en el cenicero y vuelve a encender otro. A veces ni siquiera lo termina, dejándolo hasta la mitad y tirándolo al suelo, pisándolo después con la sandalia. Aspira muy mal el humo, el primer pitido lo suelta en bocanadas exageradas.
Ha escuchado con atención todo lo que he dicho hasta ahora, pero cuando mira indiferente a otro lado y se acerca un cigarrillo mal prendido a su boca en una actitud muy de adulta pedante, me doy cuenta de que piensa que no soy más que una ingenua, una chiquilla estúpida.

 -¡Qué bien! -dice con un dejo de sarcasmo. -Por fin te olvidaste del otro. Y otra vez sentí esa punzada en el estómago, pero sabía que tarde o temprano me acordaría de él, ya fuera por algún comentario de La Negretty o una vista del atardecer en el barrio latino, siempre me ha parecido que esas calles mal iluminadas me hacen recordar los años que viví allá; esas noches inexplicables dentro de un cuarto de cortinas rojas, el tono de su voz que era una imprecación a nuestros entonces 16 años. “No” le dije “eso ya no importa, enserio” y sonreí forzosamente como si de verdad no me importara, aunque me seguía importando y era algo que me producía una intranquilidad y un enfado.

Pero es cierto lo que dice mi Madre, que las mujeres sabemos ocultar muy bien los sentimientos, pues La Negretty me miró esta vez interesada y dijo “Me alegra mucho que ahora estés tranquila” y se acomodó mejor en el sillón “Estas cosas no tienen que ser siempre así de sufridas, hay que disfrutar y vivir, tuviste mala suerte allá, eso es todo”.
No sé cómo sentirme, a veces creo que la amistad que he entablado con La Negretty es simplemente una necesidad de compañía. Lo evidencio cada vez que intento hablar seriamente con ella sé que no le importa mucho de lo que le cuento, sé que el respeto que me tiene es porque tal vez piense, no sé, que soy una chica que ya ha sufrido mucho y que es buena y que no querría nada malo más, una chica tranquila. En realidad no lo sé, la verdad es que valoro mucho las cosas que me dice, los consejos que me da.

La conocí hace dos años, en una situación meritoriamente extraña, que selló por fin nuestra presentación y nuestra extraña amistad. Me senté en la plaza de las flores, ebria y triste, y de repente dos mujeres mayores se estaban besando frente a todo el ya alborotado mundo que les sacaba fotos. Cuando la voz de alguien carcajeó profundamente, miré a mi costado y una chiquilla de cabellos rizados y gigante sonrisa me miraba fijamente. Podría haberle preguntado si notó como mis ojos empezaron a brillar cuando las lesbianas empezaron a besarse y a acariciarse enfrente de todos, besándose al principio con torpeza y ansiedad; chupándose las lenguas, mordiéndose los labios, tocándose los senos. En ese instante, no parecían dos mujeres mayores dando un espectáculo, sino dos jóvenes que acababan de conocerse y lo único que deseaban desde ahora era estar a solas. Pero empezó a hablarme de muchas cosas, inexplicables al principio, y en todo el transcurso de ese momento no dejó de mostrarme sus amarillentos dientecillos. Me dijo su nombre, con una formalidad que seguro detestaba porque hizo una pausa abrupta y a la vez que sonreía soltó su apodo, el nombre que de verdad le gustaba, sílaba por sílaba: Ne-gre-tty. Sacó un cigarrillo de detrás de la oreja y lo encendió sin preguntar. Fumó con el cigarro sostenido entre la última falange del dedo índice y la del medio, soltando bocanadas de humo con una finura bastante exasperante. Así la conocí y el día siguiente nos volvimos a encontrar con una casualidad absurda, porque ella apareció a la misma hora y se sentó en el mismo banquito de la plaza y me miró otra vez con los mismos brillosos ojos del día anterior. Esta vez noté sus cabellos largos, rizados, y teñidos de un color ceniza que le daban un aspecto de princesa, y su ropa formal, tan de niña buena, que molestaba un poco por el contraste de su personalidad tan viva y desinhibida.

La Negretty se acomoda en la cama, está desnuda y al moverse puedo ver su espalda articulada, delgada. La marihuana te da una vigilia que tal vez tú no quisieras tener, así puedes llegar a pensar que no hay mayor espanto que el sonido metálico de una moneda cayéndose en el piso.

Exclusión

Sacó la verga de un mato de pelos que formaron un bigote de diablo debido a la humedad. Y la volvió a meter, esta vez sin la prudencia de lastimar. Me empezó a pujar, al principio aún con un poco de cautela, pero después con frenetismo. Apartaba mis muslos, esperando encontrar una posición más cómoda. Intentaba mirarlo pero temí –como siempre temo- confundir rostros, así que me aferré solo a sus labios; unos circunspectos labios, una lagrimita que apenas se desprendía de sus ojos, el cabello en desorden empezando a mojarse en sudor. Lo miraba, con unas terribles ganas de romper a llorar, y un poco temblorosa empecé a escuchar lo que sucedía. Él me obligó a quitarme el sostén y a mostrarle mis pezones. Después, mientras miraba como sus pupilas se le iban hacía atrás y sólo quedaba lo blanquecino de los ojos, sonrío, esta vez con una auténtica y verdadera sonrisa, y se dejó llevar.

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