Fragmento de Murcielagos


          Decidí levantarme cuidadosamente y encender un cigarrillo mientras intentaba resolver (o descifrar) aquellas dos cosas que ella dijo cuando estábamos aún ebrios, lastimándonos los labios al besarnos tan angustiadamente, chocándonos nuestros dientes (No hay mejor beso que ese; un beso torpe, donde los labios se muerden sin intención y los dientes chocan) Recuerdo que le bajé las bragas con tanta delicadeza que ella se espantó un poco y dijo riéndose para sí misma “Te desconozco” como pasa siempre conmigo me hice a que no escuché, pero sí que escuché y me gustó, porque me dió una pauta de que secretamente ella pensaba en mi. Al final es inevitable el romanticismo, mucha gente que conozco, hombres y mujeres, están convencidas de que el sexo en su estado de mercantilismo no es más que un acto vacío de masturbación. Y lo es algunas veces, pero desde muy joven descubrí cierto cariño en esas chicas provocativas, de tacones altos y perfume barato, disfrazadas -algunas con antifaz incluso- de gente madura.

          Así nos vimos en la mirada del otro: lamiéndonos los labios, abrazándonos fuerte, llorando felices porque la prerrogativa por fin estaba de nuestro lado. Encendiendo un cigarrillo nos identificamos en la música; y fue que nos vimos en un aposento como estatuillas nigerianas: inmaculados en nuestros colores de azul y menta.
Excediéndonos ahora en ese largo camino entre el beso y la bebida; siempre por la noche, siempre en el frío, siempre oliendo a yerba, con tantas ganas de convertirnos en murciélagos, prendidos de sus pequeñas garritas, que buscan la caricia en un estrépito noctámbulo.

Comentarios

Entradas populares